Bautismo y testimonio de los padres
Hace una semana el papa Benedicto XVI
bauitzó en la Capilla Sixtina a dieciséis niños. La homilía afirmó que “el
testimonio de los padres es calve en la edución en la fe”. A continuación
reproducimos el texto completo:
«¡Queridos hermanos y hermanas!
Es siempre una alegría celebrar esta santa misa con los bautismos de los
niños, en la fiesta del Bautismo del Señor. ¡Les saludo a todos con afecto,
queridos padres, padrinos y madrinas, y a todos ustedes familiares y amigos!
Han venido –lo han dicho en voz alta- para que sus recién nacidos reciban el
don de la gracia de Dios, la semilla de la vida eterna. Ustedes padres lo han
querido. Han pensado en el bautismo todavía antes de que su niño o su niña
fuera dado a luz. Su responsabilidad de padres cristianos les hizo pensar
enseguida en el sacramento que marca la entrada en la vida divina, en la
comunidad de la Iglesia. Podemos decir que esta ha sido su primera decisión
educativa como testigos de la fe hacia sus hijos: ¡la elección es fundamental!
La tarea de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, es la de
educar al hijo o la hija. Educar compromete mucho, a veces es arduo para
nuestras capacidades humanas, siempre limitadas. Pero educar se convierte en
una maravillosa misión si se la realiza en colaboración con Dios, que es el
primer y verdadero educador de cada ser humano.
En la primera lectura que hemos escuchado, sacada del libro del profeta
Isaías, Dios se dirige a su pueblo justamente como un educador. Advierte a los
israelitas del peligro de buscar calmar su sed y su hambre en las fuentes
equivocadas: “Por qué –dice- gastáis dinero en lo que no sacia, el salario en
lo que no quita el hambre?” (Is 55,2).
Dios quiere darnos cosas buenas de beber y comer, cosas que nos sientan bien;
mientras que a veces nosotros usamos mal nuestros recursos, los usamos para
cosas que no sirven, e incluso son nocivas. Dios quiere darnos sobre todo a Sí
mismo y su Palabra: sabe que alejándonos de Él nos encontraremos bien pronto en
dificultad, como el hijo pródigo de la parábola, y sobre todo perderemos
nuestra dignidad humana. Y por esto nos asegura que Él es misericordia
infinita, que sus pensamientos y sus caminos no son como los nuestros –¡para
suerte nuestra!- y que podemos siempre volver a Él, a la casa del Padre. Nos
asegura pues que si acogemos su Palabra, esta traerá buenos frutos a nuestra
vida, como la lluvia que riega la tierra (cfr Is 55,10-11).
A esta palabra que el Señor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías, hemos
respondido con el estribillo del Salmo: “Sacaremos agua con alegría, de las
fuentes de la salvación”. Como personas adultas, nos hemos comprometido a
acudir a las buenas fuentes, por nuestro bien y el de aquellos que han sido
confiados a nuestra responsabilidad, en especial ustedes, queridos padres,
padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles son “las fuentes de
la salvación”? Son la Palabra de Dios y los sacramentos. Los adultos son los
primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más
jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar mucho, pero para poder dar
necesitan a su vez recibir, si no se vacían, se secan. Los padres no son la
fuente, como tampoco nosotros los sacerdotes somos la fuente: somos más bien como
canales, a través de los cuales debe pasar la savia vital del amor de Dios. Si
nos separamos de la fuente, seremos los primeros en resentirnos negativamente y
no seremos ya capaces de educar a otros. Por esto nos hemos comprometido
diciendo: “Sacaremos agua con alegría, de las fuentes de la salvación”.
Y vamos ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la primera
y principal educación se da mediante el testimonio. El Evangelio nos habla de
Juan el Bautista. Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque los
condujo al encuentro con Jesús, del cual dio testimonio. No se exaltó a sí
mismo, no quiso tener a los discípulos atados a sí mismo. Aunque era un gran
profeta, su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús, dio un paso atrás y le
señaló: “Viene tras de mí el que es más fuerte que yo... Yo os he bautizado con
agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”(Mc 1,7-8). El verdadero educador no ata a las personas a
sí, no es posesivo. Quiere que el hijo, o el discípulo, aprenda a conocer la verdad,
y establezca con ella una relación personal. El educador realiza su deber hasta
el fondo, no hace faltar su presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el
educando escuche la voz de la verdad hablar a su corazón y la siga en un camino
personal.
Volvamos ahora al testimonio. En la segunda lectura, el apóstol Juan
escribe: “Es el Espíritu el que da testimonio” (I Jn 5,6). Se refiere al Espíritu Santo, el Espíritu de Dios,
que da testimonio de Jesús, atestiguando que es el Cristo, el Hijo de Dios. Se
ve esto también en la escena del bautismo en el río Jordán: el Espíritu Santo
desciende sobre Jesús como una paloma para revelar que Él es el Hijo Unigénito
del eterno Padre (cfr Mc 1,10).
También en su Evangelio Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a los
discípulos: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os
enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos
seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn15,26-27). Esto es para nosotros
confortante en el compromiso de educar en la fe, porque sabemos que no estamos
solos y que nuestro testimonio está sostenido por el Espíritu Santo.
Es muy importante para vosotros, padres, y también para los padrinos y
madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo,
invocarlo y acogerlo en vosotros, mediante la oración y los sacramentos. Es Él
de hecho el que ilumina la mente, caldea el corazón del educador para que sepa
transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera
condición para educar, porque orando nos ponemos en disposición de dejar a Dios
la iniciativa, de confiarle los hijos, a los que conoce antes y mejor que
nosotros, y sabe perfectamente cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo,
cuando oramos nos ponemos a la escucha de las inspiraciones de Dios para hacer
bien nuestra parte, que de todos modos nos corresponde y debemos realizar. Los
sacramentos, especialmente la eucaristía y la penitencia, nos permiten realizar
la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con Él y continuamente
renovados por su perdón. La oración y los sacramentos nos obtienen aquella luz
de verdad, gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo tiernos y fuertes,
usar dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento adecuado, reprender y
corregir en modo justo.
Queridos amigos, invoquemos por tanto juntos al Espíritu Santo para que
descienda en abundancia sobre estos niños, les consagre a imagen de Jesucristo,
y les acompañe siempre en el camino de su vida. Los confiamos a la guía materna
de María santísima, para que crezcan en edad, sabiduría y gracia y se
conviertan en verdaderos cristianos, testigos fieles y gozosos del amor de
Dios. Amén».