Corazón de Jesús
En la Octava de la solemnidad del Corpus celebramos el Sagrado Corazón de Jesús. Las siguientes reflexiones nos pueden ayudar a entender mejor esta fiesta. Son parte del retiro de fin de curso que antes de ayer tuvo el grupo de Biblia de nuestra parroquia.
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El Corazón de Jesús
En la Biblia la
palabra corazón no designa sólo el órgano, sino el interior de la persona. Así
el corazón es el lugar de los sentimientos, de los anhelos y deseos, pero
también la capacidad de tomar decisiones, es el lugar de la conciencia y la
raíz de las acciones humanas. Es el centro de la persona.
Cuando hablamos
de “Corazón de Jesús” nos estamos
refiriendo a que atribuimos a Jesús, el Hijo de Dios, un corazón humano que
piensa, siente, padece, toma decisiones, tiene deseos... igual que nosotros –al
modo humano–, pues se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado (Hb.
4, 15).
"El Hijo de Dios –dice el
Concilio Vaticano II– con su encarnación
se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con
voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el
pecado" (Gaudium et
spes, 22).
Por lo tanto,
Jesús tanto en sus acciones, en sus gestos y palabras, como en el interior de
su corazón es un modelo para nosotros. Haciéndose igual a nosotros nos ha
revelado como nos ha pensado Dios Padre a los hombres. Desde lo más profundo de
nuestro ser, desde nuestro corazón, estamos llamados a ser como Jesús.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11, 28-29).
El descanso del
hombre es ser como Jesús. Vamos, pues, a intentar describir como es Jesús, como
es su corazón humano.
1.
Corazón filial
Ante todo Jesús tiene un corazón de
Hijo. Su vida es la conciencia de ser “el Hijo de Dios”, de proceder del Padre.
En el evangelio según San Juan la misión de Jesús es hacer que los hombres
crean que él es el Mesías, el Hijo de Dios (Cf. Jn. 20, 31). Pero no es sólo
eso, es que toda la vida de Jesús, sus palabras y gestos, es manifestación de
esta verdad. Jesús se sabía, se sentía, vivía
como “Hijo”. Y porque esto era así nos ha enseñado y ha hecho posible que
nosotros podamos decir a Dios “Padre” y vivir como hijos de Dios.
“No seáis como
ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
Vosotros orad así: «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu
nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden no nos dejes caer en la
tentación y líbranos del mal». Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas,
también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6, 8–15).
2.
Corazón obediente
Esa identidad de Jesús como “Hijo de
Dios” la reconocemos inmediatamente por su actitud de obediencia al Padre. Jesús
vive para la obediencia al Padre:
“Él les dijo: «Yo
tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre
ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es
hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra…»” (Jn. 4,
32–34).
Esta obediencia es la que Dios quiere
del hombre, la que reclama también de nosotros. Dice la carta a los Hebreos,
citando el salmo 40, sobre el sacrificio de Jesús:
“Por eso, al
entrar en el mundo dice: «Tu no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me
formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces
yo dije: He aquí que vengo –pues así está escrito en el comienzo del libro
acerca de mí– para hacer, ¡oh Dios! Tu voluntad»” (Hb. 10, 5–7).
3.
Corazón compasivo
Los evangelios están plagados de escenas
en las que Jesús muestra su compasión con las gentes o con personas concretas.
Se compadece de la muchedumbre que no tiene para comer, que son como ovejas sin
pastor, atiende a los enfermos, tiene palabras de consuelo para los tristes y
perdona y rehabilita a los pecadores arrepentidos. Quizá el momento más gráfico
en el que vemos el corazón compasivo de Jesús es el episodio de Lázaro. Ante la
tumba de su amigo y el dolor de las hermanas, Jesús solloza y se conmueve:
“Cuando llegó
María a donde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si
hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a
ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su
espíritu, se estremeció y preguntó. «¿Dónde lo habéis enterrado?”. Le
contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos
comentaban: «¡Cómo lo quería!»” (Jn. 11, 32–36).
La expresión más lograda de esta
compasión de Jesús nos la da la carta a
los Hebreos. Jesús es verdaderamente nuestro sumo sacerdote, el que puede
unir a los hombres con Dios, porque en virtud de su humanidad puede
compadecerse de nuestras necesidades.
“Así pues, ya
que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de
Dios, mantengamos firme la confesión de fe. No tenemos un sumo sacerdote
incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en
todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiadamente
ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para
un auxilio oportuno” (Hb. 4, 14–16).
¿Cuál es la esencia de la Eucaristía?
¿Qué es lo que celebramos en ella? La Eucaristía es la entrega de Jesús por
nosotros, para nuestra salvación. Jesús ha entregado su vida –cuerpo entregado
y sangre derramada– por nosotros. Y esta acción que se hace presente todos los
días en el altar resume su vida: él es una vida para los demás.
“El ladrón no
entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan
vida y la tengan abundante” (Jn. 10, 10). “… el Hijo del hombre no ha venido a
ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20, 28).
Por lo tanto, su entrega hasta la muerte
y una muerte de cruz es el centro del corazón de Jesús. Para eso ha venido,
para eso se ha hecho hombre, para dar su vida en rescate por nosotros. La
última cena es la revelación nítida de esta intención fundamental de su corazón.
Se anticipa al hecho supremo de su entrega en la cruz y así lo aclara y lo
explica a la vez que lo instituye como un signo permanente –un sacramento– que
acompañará siempre a los creyentes en el transcurso de la larga historia de la
Iglesia hasta que Él vuelva.
“Y cuando llegó
la hora se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: «Ardientemente he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer…». Y, tomando pan,
después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Éste cáliz es la nueva
alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc. 22, 14–16ª. 19–20).
Conclusión
Hemos elegido cuatro características del
corazón humano de Jesús (filiación, obediencia, compasión y carácter
eucarístico). Podríamos haber elegido otras: su pobreza y humildad, su
libertad, su valentía… Sin embargo, me parece que los que hemos elegido son
esenciales para entender a Jesús y para iluminar nuestra vida cristiana. Pidámosle
al Señor ahora que nos dé un corazón nuevo, un corazón semejante al suyo para
que se cumpla la Escritura:
“Os daré un
corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y
hará que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos”
(Ez. 36, 26–27).