Entre ayer y hoy: la muerte y la resurrección de Jesús
Ayer fue un día de silencio. Día en que los
cristianos prolongan el ayuno y hacen la experiencia de los discípulos de
Emaús: Jesús ha muerto y ha sido sepultado, queda el gran silencio de lo que
parece una esperanza truncada. El Padre no ha escuchado a Jesús. Él está
muerto. “Está muerto” como muerto está para muchos Dios en nuestros días.
Nuestro tiempo sabe mucho de la “muerte de Dios”, porque vive como si Dios no
existiera: en una terrible y a la vez tranquila falta de esperanza como los
discípulos.
Jesús no sólo “ha muerto”, sino que “está muerto”. Esta
expresión nos pone en la pista de lo que sucedió ese Sábado Santo y de lo que
hemos celebrado ayer. El Hijo de Dios al hacerse hombre vino a asumir todo lo humano.
Amó, sufrió y obedeció con un corazón humano. Conoció la alegría de la amistad
y el calor de los suyos, pero padeció la injusticia y la soledad. Experimentó
el dolor en la cruz y el supremo momento de la muerte. Y también el “estar
muerto”, ese misterio que sólo se experimenta cuando se muere, el silencio de
los muertos.
Icono de la Anástasis |
En el Credo lo confesamos al decir “descendió a los
infiernos”. Con ello queremos expresar esto: Jesús se hizo solidario de los
muertos, hasta entonces separados de la posibilidad gloria de Dios, del cielo. Pero
lo que los ojos de los vivos no ven es que encerrados en la muerte, todos desde
Adán a Juan Bautista reciben por ello la visita del Salvador que hace saltar
los cerrojos y llaves del abismo y los saca de él. Con suma belleza y mucha
teología lo expresan los iconos orientales de la Anástasis (resurrección). Lo
que a los ojos de los vivos es una derrota te convierte ya en el inicio de una
victoria en el seno mismo de la muerte.
Hoy todo el mundo se ha vuelto a levantar. Muchos,
como aquel primer Domingo de hace 2.000 años, no se han enterado: Jesús ha
resucitado. Esta noche la tumba se ha abierto y al rayar el alba las mujeres
han encontrado el sepulcro vacío. Los cristianos han celebrado la Noche Santa
con la Vigilia Pascual. Ésta es la noche en la que la luz de la vida ha
brillado más clara que el sol.
El crucificado ha sido escuchado por el Padre y
devuelto a la vida para no morir ya más. En la iglesia envuelta en tinieblas por
la falta de esperanza, como el mundo sin Dios, ha brillado la luz. Cada uno la
hemos recibido y con ella una Nueva Vida: la Vida de Dios, que no está muerto,
sino que ha resucitado. Ya no hay llanto, ni silencio, ni ayuno… todo es
alegría. Hoy es el día de la Fiesta.
***
Sobre el descenso de Cristo a los infiernos (De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado, PG 43, 439. 451. 462-463).
¿Qué es lo que pasa? Un
gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran
soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está
temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y
ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha
muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a
buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los
que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su
Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a
Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada
donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al
verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama,
dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a
Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole:
«Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará
Cristo.
Yo soy tu Dios, que por
ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo,
ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los
que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban
adormilados: "Levantaos."
Yo te lo mando:
Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso
en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de
los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que
has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo
en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me
he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo;
por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo
tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre
los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado
a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi
rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que
inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para
reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda,
que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos,
fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro
tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la
lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras
dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te
sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se
alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de
aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en
el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de
la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los
ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en
calidad de Dios.
Tienes preparado un trono
de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado
el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición
el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de
los cielos.»
Textos de los Padres de la
Iglesia sobre la Resurrección.
"No es
grande cosa creer que Cristo muriese; porque esto también lo creen los paganos
y judíos y todos los inicuos: todo creen que murió. La fe de los cristianos es
la Resurrección de Cristo; esto es los que tenemos por cosa grande el creer que
resucitó" (San Agustín, Comentarios sobre el salmo 120).
"La razón
de que los discípulos tardaran en creer en la Resurrección del Señor, no fue
tanto por su flaqueza como por nuestra futura firmeza en la fe; pues la misma
resurrección demostrada con muchos argumentos a los que dudaban, ¿qué otra cosa
siginifica sino que nuestra fe se fortalece por su duda?" (San Gregorio
Magno, Homilía 16 sobre los evangelios).
"Después
de la tristeza del sábado resplandece un día feliz, el primero entra todos,
iluminado con la primera de las luces, ya que en él se realiza el triunfo de
Cristo resucitado" (San Jerónimo, comentario al Evangelio de San Marcos
16).
"Y dicho
esto, les mostró las manos y los pies. En los que vieron claramente los
vestigios de los clavos; y según San Juan, también les enseño el costado que
había sido abierto con la lanza, para que, viendo las cicatrices de las
heridas, pudiesen curar las heridas de sus duidas. Y no quiso curar estas
señales; en primer lugar, para confirmar en sus discípulos la fe de la resurrección;
en segundo lugar para poder enseñárselas a su Padre cuando intercediese por
nosotros, manifestándole la clase de muerte que por nosotros había sufrido; en
tercer lugar, par demostrar siempre a los redimidos con su muerte el gran
amorque con ellos empleó, presentándoles las señales de su pasión; finalmente,
para probar el día del juicio la justicia con que serán condenados los
impíos" (San Beda, en Catena Aurea, vol. VI, p. 548).
"Y
habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio. Para
demostrarles la veracidad de su resurrección, no sólo quiso que le tocasen sus
discípulos, sino que se dignó comer con ellos, para que viesen que había
resucitado de una manera real, y no de un modo imaginario. Comió para
manifestar que podía, y no por necesidad: la tierra sedienta absorbe el agua de
un modo distinto a como la absorbe el sol ardiente; la primera por necesidad,
el segundo por potencia" (San Beda, en Catena Aurea , vol. VI, p. 550).
"Pascua
del Señor, Pascua; lo digo por tercera vez en honor de la Trinidad; Pascua. Es,
para nosotros, la fiesta de las fiestas, la solemnidad de las solemnidades, que
es superior a todas las demás, no sólo a las fiestas humanas y terrenales, sino
también a las fiestas del mismo Cristo que se celebran en su honor, igual que
el sol supera a las estrellas" (San Gregorio Nacianceno, Oración 45, 2).
"Y
entrando, no hallaron el cuerpo del Señor. No habiendo encontrado el Cuerpo de
Jesús, porque había resucitado, eran agitadas por diversas ideas; y como amaban
tanto al Señor y se hallaban tan apenadas por su desaparición, merecieron la
presencia de un ángel" (San Cirilo, en Catena Aurea, vol. VI, p. 524).
"Se
aprovecharon tanto los Apóstoles de la Ascensión del señor que todo lo que
antes les causaba miedo, después se convirtió en gozo. Desde aquel momento
elevaron toda la contemplación de su alma a la divinidad sentada a la diestra
del padre, y ya no les era obstáculo la vista de su cuerpo para que la
inteligencia, iluminada por la fe, creyera que Cristo, ni descendiendo se había
apartado del Padre, ni con su Ascensión se había apartado de sus
discípulos" (San León Magno, Sermón 74).