El ayuno y la abstinencia cuaresmal en el mundo contemporáneo
Por Pedro María
Reyes Vizcaíno
En el tiempo litúrgico de cuaresma, como es sabido, los católicos están
obligados a guardar el ayuno y la abstinencia de comer carne. Básicamente el
ayuno obliga a todos los fieles católicos entre 18 y 59 años y consiste en
abstenerse de comer alimento sólido el miércoles de ceniza y el viernes santo,
permitiéndose una comida al mediodía y dos pequeñas colaciones, una por la
mañana y otra por la noche.
Para cumplir el precepto de la abstinencia los fieles han de evitar comer
carne (u otro alimento determinado por la Conferencia Episcopal) el miércoles
de ceniza y todos los viernes del año que no coincidan en solemnidad. Sin
embargo muchas conferencias episcopales han autorizado que los fieles
sustituyan esta mortificación -excepto en cuaresma- por alguna obra de piedad o
de caridad. Una descripción más detallada de estas normas se puede consultar en
el artículo “La obligación
de guardar ayuno y abstinencia los días de penitencia” (http://www.iuscanonicum.org/index.php/derecho-sacramental/48-los-sacramentos-en-general/68-la-obligacion-de-guardar-ayuno-y-abstinencia-los-dias-de-penitencia.html).
La norma del ayuno y la abstinencia tiene un sentido de penitencia. En
efecto, el Señor indicó a sus discípulos que debían ayunar cuando Él no
estuviera entre nosotros: “días vendrán cuando el novio les será quitado, y
entonces ayunarán” (Mt 9, 15). En el actual momento en que el Señor no está con
nosotros, por lo tanto, debemos ayunar.
Sin embargo, hoy día en ciertos ambientes es fácil encontrar críticas a la
norma del ayuno y de la abstinencia. Se echa en cara de los católicos que con
las actuales disposiciones de la Iglesia no peca quien se abstiene de comer
carne pero come pescado de calidad o mariscos. O quien espera a las doce de la
noche para comer embutidos después de un viernes o para romper el ayuno del
miércoles de ceniza con una abundante cena. ¿Qué se puede contestar a estas
críticas?
La norma de la abstinencia de la carne en otras épocas era una penitencia
con un sentido claro de mortificación. En momentos históricos en que
difícilmente llegaban a todas las ciudades alimentos variados de calidad, abstenerse
de carne significaba pasar el día comiendo verduras o pescado malo. Hoy día los
medios de transporte permiten comer cualquier alimento de calidad en cualquier
población, y efectivamente la norma de la Iglesia lo permite. Quienes actúan de
esta manera no cometen pecado. Actualmente la penitencia que impone la Iglesia
con esta normativa no es la mortificación, sino la obediencia. Lo que cuesta no
es abstenerse de la carne, sino obedecer a la Iglesia. Y se debe tener en alta
estima la actitud de quienes obedecen a la Iglesia en los actuales tiempos en
que se da tanta deslealtad.
Ciertamente quienes esperan a comer carne a que pasen las doce de la noche
después de un viernes, no pecan. Manifiestan obediencia a la Iglesia. No
conozco ningún caso real al respecto, pero si se diera, los pastores de almas
no deben gravar la conciencia de quienes comen carne pasadas las doce de la
noche, pues si la Suprema Autoridad de la Iglesia no lo exige, no lo
pueden exigir quienes no tienen potestad para dar normas. Se puede alegar que
quienes actuaran de esta manera –lo cual, como ya ha quedado indicado, es
verdaderamente infrecuente– actúan en contra del espíritu de la ley, pero no es
correcto usar el espíritu de la ley para obtener una interpretación contraria a
la letra de la ley.
Sin embargo, la cuestión quedaría incompleta tal como hemos planteado hasta
el momento pues queda pendiente concretar la necesidad de ayunar y hacer
penitencia. Un planteamiento como el que estamos haciendo puede parecer un
simple formalismo o un cumplimiento externo de la ley, y no podemos olvidar que
el Señor imprecó a los fariseos por ello (cf. Mt 23 16-23).
El ayuno y la penitencia son obligatorios para los cristianos por
disposición divina, aunque las formas concretas de realizar estas prácticas las
ha de concretar cada uno. Como ya hemos visto la Iglesia puede considerar
oportuno imponer de modo obligatorio ciertas prácticas, pero se debe advertir
que su cumplimiento no agota necesariamente el mandato que nos dio el Señor de
hacer penitencia y ayunar. Será cada fiel cristiano el que en conciencia debe
hacer examen sobre si cumple realmente con el mandato del Señor con el ayuno y
la penitencia que hace.
En este sentido se debe tener en cuenta que la penitencia en los tiempos
actuales no se debe reducir a lo que se refiere a alimentos. En un mundo en que
abundan los medios materiales se puede ayunar de todo lo que signifique
consumismo. Juan Pablo II recomendó el ayuno de televisión por cuaresma: “¡En
cuántas familias el televisor parece sustituir, más que favorecer, el diálogo
entre las personas! Cierto ayuno, también en este ámbito, puede ser saludable,
tanto para dedicar mayor tiempo a la reflexión y a la oración, como para
cultivar las relaciones humanas” (Juan Pablo II, Ángelus, 10 de marzo
de 1996). Del mismo modo los cristianos podrían hacer ayuno de internet, y varios
Obispos lo han recomendado.
Por lo tanto, todos los cristianos
deben hacer penitencia y han de ayunar: también aquellos que esperan a las doce
de la noche para comer carne o quienes comen mariscos y pescados de calidad en
viernes de cuaresma.