“Un humilde trabajador de la viña del Señor



A todos nos ha sorprendido la noticia de la renuncia del papa Benedicto XVI. Sin embargo, era una posibilidad que cabía dentro de la figura del que regido la Iglesia desde hace siete años. Primero porque él mismo en su entrevista con el periodista Seewald en 2010 barajaba esa posibilidad: “Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar.

Pero junto a esta afirmación –y también su visita a la tumba de san Celestino V, papa que también renunció en la Edad Media–, su decisión está en sintonía con dos características propias de Benedicto XVI, Joseph Ratzinger. La primera es la libertad para la verdad. Nuestro, Papa ha sido un hombre libre, ajeno a condicionamientos diplomáticos, valiente a la hora de presentar la verdad, de retar al mundo actual no con sus propias opiniones personales, sino centrándose siempre en lo esencial de la fe. Al referirse a su decisión ha dicho claramente que está tomada en conciencia y ante Dios y eso quiere decir con libertad cristiana, es decir, partiendo de la verdad (en este caso, su debilitamiento físico: mis fuerzas no se adecúan por más tiempo al ejercicio de mi Ministerio).

La segunda característica ha sido la responsabilidad. El Papa ha llegado al convencimiento de que permanecer en su ministerio es más perjudicial para la Iglesia que positivo. Desde luego no se ha apegado al poder, sino que quiere el bien de la Iglesia. No lo hace por cobardía, como una huída… sino que manera responsable. Esto nos recuerda, por ejemplo, a su firme decisión de acabar con la injusticia de los abusos sexuales a menores, aún a riesgo de que la publicidad generase escándalo. En su reacción firme y tajante ante este pecado de algunos sacerdotes pudimos ver su amor al pueblo de Dios. A la larga, la coherencia y la responsabilidad es la mejor estrategia de un gobernante y, además, es la única compatible con la santidad.

Se nos va un gran Papa (¡y por la puerta grande!). No un derrotado ni un cobarde, sino “un humilde trabajador de la viña del Señor” que quiere lo mejor para la Iglesia. Se nos va el teólogo alemán que se hizo un sencillo catequista en la plaza de San Pedro. El hombre tímido que se convirtió en heredero del carisma de Juan Pablo II. El que nos ha enseñado que la fe es sencilla pero profunda, que el cristianismo es amigo de la razón, que la caridad y la verdad unidas tienen que estar presentes en el mundo a través del testimonio de la Iglesia. El que nos ha impulsado a una Nueva Evangelización, en la línea del Concilio Vaticano II y de la Tradición de la Iglesia, mirando siempre a las fuentes, a los orígenes del cristianismo.

Ahí queda su testimonio y su magisterio. Gracias, Santo Padre. 

José L. Loriente Pardillo.


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