"No pongamos en aventura cosa que en tanto nos va"

El Año litúrgico comienza como acaba: presentando a los cristianos la segunda venida del Señor, las realidades últimas. Esperamos que el que vino, vendrá y le decimos: "¡Ven, Señor Jesús!". 

Por eso la primera parte del Adviento, hasta el día 18 de diciembre, Fiesta de la Expectación del Parto, es un tiempo favorable para meditar en las realides últimas (los novísimos), para tomarnos la vida en serio, encarándola con responsabilidad y, a la vez, con esperanza sabiendo que "podemos esperar porque al fin hay Alguién que nos espera" (Benedicto XVI). 

Nos dice el comentario del Nuevo Misal del Vaticano II (Ed. Desclée/Mensajero, p. 3): "El Señor, pues vino, viene y vendrá; y la Iglesia, para cultivar las dimensiones morales de vigilancia y acogida ante esta ocasiones de encuentor con Jesucristo, ha ido desarrollando este tiempo litúrgico [el Adviento] que en su primera parte corona el Tiempo Ordinario al anuncia rla última y definitiva aparición de Cristo al final de los tiempos". 

Aquí ofrecemos algunas reflexiones del reciéntemente proclamado Doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, que nos introducen en las actitudes propias de estas primeras semanas de Adviento: la vigiliancia, la responsabilidad, el examen de nuestra vida a la luz de la venida del Señor. 

Juicio final, sepulcro de Inés de Castro
(Alcobaça, Portugal)

«Antes que Dios te pregunte, mira lo que has de responder. Mete la mano en tu pecho: si los pecados que has hecho los has llorado, si has pagado lo que debes, si has perdonado; no te acaezca que haya día, en el cual no pienses, que ha de ser el postrero. No pongáis en aventura aquello en que tanto os va. ¿Quién osa acostarse en su cama con un pecado mortal? ¿Cuántos se han acostado buenos y amanecido muertos". Decí: ¿No os podéis morir? ¡Y que ponga yo en quizá el ir al infierno o al cielo! Quiero tomar el camino más siguro. Y si yo entendiese que para salvarme era mejor irme al campo y llorar allí toda mi vida, lo haría. ¿Quién es aquel que en caso de salvarse mira nada? ¡Que se ponga del lodo la hacienda! No cortéis con mazo, sino con navaja; no miréis a hijos ni a honra. Rompe donde os tocare. Dios corta con navaja. Si al infierno voy, ¿qué se me da que quede mi hijo rico? Hombres, no pongamos en aventura cosa en que tanto nos va»: san Juan de Ávila, Sermones de tiempo 1 [1], 27 (Obras completas, III: BAC maior 72, 20).

«¿Qué haré para aquel día ser librado?... Dejad cuidados, dejad negocios, dejad honras, contentaos con lo bajo, con lo humilde y sosegado... Pedid a Dios que para aquel día espantoso, día en que os han de llamar para oír su misericordia, podáis estar en pie; pedidlo, lloraldo y suplicaldo. Cata que ansí es menester, que con mucho trabajo lo alcanzaron de Dios los santos. [...]san Juan de Ávila, Sermones de tiempo 1 [2], 27 (Obras completas, III: BAC maior 72, 33).

«Entra en ti y ponte cada noche en cuenta con Dios: Señor, un día ha de venir en el cual tú me has de tomar cuenta estrechísima y juzgarme; quiero yo, Señor, juzgarme para que cuando vengáis me halléis juzgado»: san Juan de Ávila, Sermones de tiempo 1 [2], 28 (Obras completas, III: BAC maior 72, 34).

Y para los sacerdotes: 

«¡Pobre de mí y de otros como yo, que tenemos el oficio de san Juan y no tenemos su santidad! Labios sacerdotales guardarán el saber y la ley brotará de sus labios (Mal 2, 7). El sacerdote, el predicador, el ángel; pues ángel significa mensajero, y el predicador es mensajero de Dios y hablaos Dios por su boca. Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real, y no sé si por no saber nosotros representar este oficio o por qué, los oyentes no nos miran con más de con ojos de carne y no miran más de esto exterior. Que si el predicador se llorase primero por indigno del tal oficio y suplicasen a Dios que les diese gracia para venir a los sermones...»: san Juan de Ávila, Sermones de tiempo 2, 2 (Obras completas, III: BAC maior 72, 36).