San José



Decía San Bernardino de Siena (sg. XV) que “si es verdad que la Iglesia entera es deudora de la Virgen María por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es a San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular”. Desde luego en cuento a la vida oculta de Jesús esto no es exagerado. 

El papel de San José fue de suma importancia en el crecimiento de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Además de los cuidados lógicos y de la protección que como esposo de María brindó al Hijo de Dios, podemos suponer también una influencia paternal en Él, que haciéndose hombre “crecía en estatura, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres”, según nos narra San Lucas. Si la familia de Nazaret fue para Jesús una escuela en la que se desarrolló como hombre, en la que compartió y profundizó en la fe de Israel, en la que aprendió la ley del trabajo… eso se debe a María y a José.

Pero San José no es sólo el custodio de Jesús, sino que en la escritura nos aparece como un hombre de fe. Sobre todo en el evangelio de Mateo le vemos abriéndose a la voluntad que Dios va manifestando, luchando con sus lógicas dificultades ejercitando una fe que está tejida de la misma contextura de la de Santa María. La Virgen, Madre de Dios, y su esposo compartieron la confianza y la entrega al Padre y son modelos cristianos porque antes ha sido ya “justos” según el Antiguo Testamento.

En este Año de la fe encomendémonos a este gran santo que puesto en la divisora de los tiempos, entre la Antigua y la Nueva Alianza, esperó y acogió la salvación que viene por Jesucristo. 

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