Comienzo del Año de la fe en Alcalá
El pasado sábado 20 de octubre tuvo lugar en la
Catedral-Magistral de Alcalá de Henares la solemne apertura diocesana delAño
de la Fe con la celebración de la Santa Misa, presidida por el Sr.
Obispo, Mons. Juan Antonio Reig Pla. El templo acogió a una gran multitud de
sacerdotes, religiosos y fieles laicos (más de 2000) procedentes de los diez
arciprestazgos de la diócesis complutense: Alcalá Norte y Sur, Algete, Arganda,
Coslada, Daganzo, Rivas, Torrejón de Ardoz, Torres de la Alameda y Villarejo.
La jornada comenzó a las diez y media de la mañana con
una celebración de envío por arciprestazgos en los monasterios de la ciudad.
Las primeras imágenes que ilustran este artículo corresponden a la ceremonia de
envío presidida por el director del Secretariado para el Catecumenado, el M. I.
Sr. D. Luis García Gutiérrez, en la Capilla de la Inmaculada del Palacio
Arzobispal, y que reunió a los dos arciprestazgos de Alcalá Norte y Sur. La
lluvia de la mañana no empañó la bella imagen de todos los fieles peregrinando
hasta el templo catedralicio, como signo visible y público de la unidad de
todas las parroquias de la diócesis en torno a Cristo y a su Iglesia.
Durante la homilía, Mons. Reig Pla señaló que la
respuesta para todos los pobres del mundo es Cristo, “toda nuestra esperanza
está puesta en Él, que ha nacido pobre en Belén siendo Dios, el que ha pasado
devolviendo la vista a los ciegos, haciendo andar a los cojos, dando de comer a
los pobres, resucitando a los muertos y que, por nosotros y por nuestra salvación,
ha subido voluntariamente al árbol de la Cruz, y con su amor ha matado a la
muerte, y resucitado y glorioso asciende a los cielos haciéndonos partícipes,
por el Bautismo, de su victoria”.
Para iniciar adecuadamente este Año de la Fe,
el Obispo dio unas indicaciones prácticas: “ponernos de rodillas y orar, para
que descienda el Espíritu Santo, y regale a nuestra querida diócesis
complutense, una primavera y un nuevo Pentecostés, como deseaba, hace cincuenta
años, el papa Juan XXIII. Así obtendremos la gracia de la conversión del
corazón”.
Animó a poner los ojos fijos en la Cruz de Jesucristo,
Camino, Verdad y Vida, “para que no nos desviemos ni a izquierda ni a derecha,
sino que vayamos siguiéndole a Él, en quien hemos depositado toda nuestra esperanza.
Porque su Gracia vale más que la vida. Hemos de profesar la fe y confesarla
públicamente en primera persona, nos pide el Papa este año, como los Santos
Niños”. Subrayó, en este sentido, que “no es posible que pongamos en evidencia
la grandeza de la fe que cambia el corazón de las personas si no es confesando
nuestra fe en primera persona”.
Mons. Reig explicó a continuación lo que los cristianos
debemos contar a nuestros hermanos alejados de la fe. En primer lugar, “entre
nosotros, alegrarnos de haber conocido un Maestro, que nos enseña el arte de
vivir. Agradecidos, celebraremos la Eucaristía juntos para gloria y alabanza de
la Trinidad, y contaremos todo lo que el Señor nos regala: el arte de vivir
que, desgraciadamente, nuestro mundo ha perdido. El arte de vivir de los hijos
de Dios, que es lo propio de la transmisión de la fe. ¡La fe respuesta a Aquel
que nos ama con un amor inefable, la fe es asentimiento a su persona, y la fe,
porque nos introduce en el ámbito mismo de Dios, va cambiando nuestro corazón y
su gracia enaltece nuestro ánimo, de tal manera que, entre nosotros, no puede
darse nunca el pesimismo!”.
El Año de la Fe es la ocasión para la valentía y la
intrepidez de los hijos de Dios. Así lo recalcó en varias ocasiones Mons. Reig
Pla: “No tengáis miedo a abriros a los que están deteriorados. Este mundo los
ha atrapado y destruido. ¡Es la miseria y la pobreza de este mundo! Lo ha sido
en todas las generaciones; hoy de una manera más evidente por los grandes
poderes destructores de esta sociedad consumista. El aliado es el corazón de
las personas, que espera de nuestro testimonio, que espera una Palabra que no
pasará nunca: sólo el Evangelio nos hace permanecer en la verdad estable y
segura. Caerán las ideologías que ahora mismo están destruyendo a nuestro
pueblo. Y la Iglesia, como un pequeño rebaño del Señor, permanecerá firme y
anclada su esperanza en Aquel que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros
en la Cruz”.
D. Juan Antonio también animó a las parroquias de la
diócesis a fomentar la creación de la Comisión para el Año de la Fe, con
iniciativas para desarrollar escuelas de la lectura orante de la Palabra de
Dios, y recibir la enseñanza de la Iglesia a través del Catecismo. “Allí,
fervorosamente, el Señor nos regalará vínculos de comunión para que vosotros
salgáis como misioneros, en primera persona, a comunicar lo que el Señor nos
regala a todos los hermanos, para enseñar a la generación futura lo que hemos
recibido de nuestros padres en la fe”.
Para ello se hace necesario volver al espíritu de los
orígenes de la Iglesia, recuperar “la intrepidez de aquellos que se dejan
cuidar por el Señor, de aquellos que forman una auténtica comunidad cristiana
–seamos pocos o muchos– donde se visibilice que el Señor sana los corazones, pone
en pie al hombre y es capaz de hacerlo testigo de la gloria del Cielo”. Mons.
Reig insistió también en la necesidad de introducir en las parroquias la
Iniciación Cristiana de jóvenes y adultos según el modelo del Catecumenado
Bautismal.
Antes de finalizar la celebración, el Obispo se desplazó,
acompañado por un diácono, hasta un lugar de la Catedral, donde depositó una
lámpara encendida que se mantendrá allí durante todo el Año de la Fe;
tras ello Mons. Juan Antonio Reig, en nombre del Romano Pontífice Benedicto
XVI, impartió a todos los presentes la Bendición Apostólica con Indulgencia
Plenaria*. Durante la procesión de salida el señor Obispo fue saludado por los
fieles con efusivos aplausos.
La solemne Eucaristía contó con la espléndida
participación del coro de Villar del Olmo.
***
*INDICACIONES DE ÍNDOLE GENERAL SOBRE LAS INDULGENCIAS (www.vatican.va)
1. El «Código de derecho canónico» (c. 992) y el
«Catecismo de la Iglesia católica» (n. 1471), definen así la indulgencia: «La
indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya
perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas
condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora
de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las
satisfacciones de Cristo y de los santos».
2. En general, para lucrar las indulgencias hace falta
cumplir determinadas condiciones (las enumeramos en los números 3 y 4) y
realizar determinadas obras [Para este Año de la Fe ver el
Decreto correspondiente –PINCHAR AQUÍ–].
3. Para lucrar las indulgencias, tanto plenarias como
parciales, es preciso que, al menos antes de cumplir las últimas exigencias de
la obra indulgenciada, el fiel se halle en estado de gracia.
4. La indulgencia plenaria sólo se puede obtener una vez
al día. Pero, para conseguirla, además del estado de gracia, es necesario que
el fiel
- tenga la disposición interior de un desapego total del
pecado, incluso venial;
- se confiese sacramentalmeпte de sus pecados;
- reciba la sagrada Eucaristía (ciertamente, es mejor
recibirla participando en la santa misa, pero para la indulgencia sólo es
necesaria la sagrada Comunión);
- ore según las intenciones del Romano Pontífice.
5. Es conveniente, pero no necesario, que la confesión
sacramental, y especialmente la sagrada Comunión y la oración por las
intenciones del Papa, se hagan el mismo día en que se realiza la obra
indulgenciada; pero es suficiente que estos sagrados ritos y oraciones se
realicen dentro de algunos días (unos veinte) antes o después del acto
indulgenciado. La oración según la mente del Papa queda a elección de los
fieles, pero se sugiere un «Padrenuestro» y un «Avemaría». Para varias indulgencias
plenarias basta una confesión sacramental, pero para cada indulgencia plenaria
se requiere una distinta sagrada Comunión y una distinta oración según la mente
del Santo Padre.
6. Los confesores pueden conmutar, en favor de los que
estén legítimamente impedidos, tanto la obra prescrita como las condiciones
requeridas (obviamente, excepto el desapego del pecado, incluso venial).
7. Las indulgencias siempre son aplicables o a sí mismos
o a las almas de los difuntos, pero no son aplicables a otras personas vivas en
la tierra.