Fe y razón
La
fe y la razón,
entorno a María y Eva
por Manuel Aroztegi, sacerdote y
profesor de teología
(artículo
publicado en La voz del Tajuña, noviembre 2012, nº. 104, p. 30. http://www.radiomorata.com/lavoz_pdf/numero104.pdf)
1.
La razón y la fe son dos grandes dones que
nos ha hecho el Señor. La razón es un regalo maravilloso. Da gusto encontrarse
con una persona que tiene el intelecto bien formado. Cómo plantea las
cuestiones. Cómo expone los temas. Cómo argumenta. Cómo prevé las consecuencias
de sus actos. Con qué señorío hace frente a las dificultades de la vida.
La
fe es más bien del corazón. Procede por
medio de indicios. Es como una intuición, un instinto. La fe es como una luz
serena y clara. Cuando crees algo, estás seguro de ello. Aunque si te piden que
lo expliques, te resulta difícil encontrar argumentos.
2.
A veces entre la razón
y la fe surgen tensiones. A la razón le cuesta aceptar lo que dice la fe. La
razón se queda perpleja. Eso es lo que le sucedió a Eva. La fe le decía que no
debía comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Su razón no
podía entenderlo: ¿hay acaso algo más importante para la vida que el saber qué
está bien y qué está mal?, ¿por qué Dios prohibe ese conocimiento? También María
experimentó perplejidades. Dios le pidió que permaneciera virgen. Ahora bien,
¿no estaba llamada a ser la madre del Mesías? Y una mujer no puede ser madre
sin un hombre. Años más tarde, cuando después de estar buscando tres días, ella
y José encuentran a Jesús en el Templo, él les dice: "¿Por qué me
buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi padre?". A María
aquella respuesta le dejó perpleja. En su vida hubo también otras
perplejidades.
Cuando
se da una tensión así,
resulta más cómodo optar por la razón. Cuando optas por la razón, eres tú quien
tiene
las
riendas la situación.
Mantienes el control. En cambio, si decides seguir por el camino de la fe, todo
es mucho más incierto. No sabes cómo se va a desenvolver la situación. Por eso
cuesta mucho más.
Cuando
optas por la razón, lo
vives como una liberación. Ves a la fe como una carga que te ataba y no te
dejaba desarrollar todo lo que tenías dentro. Se te abren campos que antes creías
prohibidos: nuevas experiencias, nuevas ideas, nuevos ambientes. Es como si un
mundo nuevo se abriera ante tus ojos. Es casi como una revelación.Tienes la
impresión de que por fin eres humano de verdad, por fin eres maduro. A los que
viven según la fe los respetas, porque después de todo, tu eras uno de ellos
hasta no hace mucho. Pero sientes lástima por ellos. Aunque no lo dices,
piensas que su vida es una vida disminuida. Después de más o menos años, empiezas
a experimentar cierto cansancio. Las experiencias no han resultado tan
satisfactorias como prometían. Decides abandonar ese campo y haces la prueba en
otro. Pero después de no mucho tiempo también aquí te hastías. Empiezas a
picotear de un sitio a otro, de una experiencia a otra experiencia, de unas
ideas a otras ideas, de un ambiente a otro. Al final acabas hastiado. Piensas
que no hay nada que de verdad merezca la pena. Llegas a la conclusión de que la
vida es una amarga ilusión que promete mucho y da poco.
Muy
distinta es la trayectoria cuando uno opta por la fe. Al principio, la luz de
la fe es tenue, algo ambigua. Pero poco a poco va creciendo, se va haciendo más viva. Se define, toma forma. Su
luz es cada vez más brillante. Las dificultades que tenías empiezan a
esclarecerse. La razón obtiene respuestas cada vez más satisfactorias a las
cuestiones que se planteaba. La razón tiene la sensación de que su paciencia
está siendo recompensada. Ha merecido la pena someterse a la fe.
3.
Todos nosotros somos hijos de Eva. Como nuestra madre, en más de una ocasión hemos preferido
seguir a nuestra
razón que seguir a la fe. Al principio
era agradable, pero después de cierto tiempo hemos conocido el amargo sabor de
la desobediencia. Debemos aprender de nuestra experiencia y ser como María. No
es fácil, pues a menudo supone que no vamos a ser nosotros los que llevamos las
riendas de nuestra vida. Pero la luz de la fe irá creciendo más y más, y
nuestras preguntas y nuestras inquietudes irán hallando respuesta.
***
Circularidad
entre fe y razón
Con
frecuencia se tiene la idea de que la fe y la razón son formas contrapuestas de conocimiento. Que creer y saber
se excluyen. Esta contraposición, que desemboca en el enfrentamiento, está
fuera de la tradición cristiana genuina. Ha ido creciendo a la par que la fe o
la razón han invadido campos que no les correspondían o se han querido alzar
con el dominio absoluto de cuestiones en las que son complementarias y se
retroalimentan. Ya Agustín de Hipona (s. IV-V) decía "comprende para
creer, cree para entender" y Anselmo de Canterbury (s. XI) enfatizaba que "la fe busca la inteligencia". Muchos
siglos antes el converso Justino (s. II) afirmó
con rotundidad "porque soy filósofo, soy cristiano".
Tan cierto es que para quién está
instalado en la fe no debe haber inconveniente -sino todo lo contrario- en
esforzarse por razonar lo que cree, como que la fe puede descubrir nuevos e inesperados
horizontes a la razón. Se puede hablar así de una "circularidad"
entre la fe y la razón, como proponía Juan Pablo II en
su encíclica "Fides et Ratio" (La fe y la razón, 1998), lejos de toda contraposición.
Los clichés fáciles que hacen de la fe algo irracional o de una determinada
forma de razón científica la única racionalidad posible, reducen la
complejidad de lo real y empequeñecen el pensamiento humano.
José L. Loriente Pardillo