Fin del mundo



Estamos finalizando el año litúrgico y el evangelio de este domingo habla del fin del mundo. En los próximos días vamos a escuchar textos de la Escritura que abundarán en este tema. Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que el uso que Jesús hace de los signos apocalípticos no es un reportaje de televisión sobre los días finales, sino que nos quiere anunciar con imágenes tomadas de su tiempo que Él vendrá para juzgar el mundo. Él que vino en humildad, vendrá en gloria para “juzgar a vivos y muertos”, confesamos en el Credo.

El juicio de la historia puede parecernos un acontecimiento terrible y temible, pero en verdad es un acontecimiento de esperanza. ¿Quién no quiere, al menos, de las víctimas de la historia (los pobres, los que lloran, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia…) reciban el premio de Dios? Es lo que describe el profeta Daniel: “los sabios brillarán como el fulgor del firmamento y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”. (Está por otra parte lo que llamamos el “castigo de los malos”, que no será otra cosa que una existencia a su propia medida. Desde luego, nunca una revancha de Dios porque la revancha no puede ser sino una caricatura de la verdadera justicia de Dios).

Esto es lo que Jesús quiere transmitir, más allá de imágenes de cataclismos y convulsiones que, por otra parte, han acompañado la historia natural y también la humana desde siempre.

Nosotros no sabemos si nos va a tocar contemplar el juicio final con estos ojos, pero sabemos que cada generación rinde cuentas al Señor de manera sucesiva. Por eso nos anima Jesús a ser como la higuera: ella está preparada para el tiempo del estío, para echar sus hojas y después dar sus frutos. Nuestra vida es el tiempo favorable de nuestra salvación, por ello no podemos vivir irreflexivamente, sino con responsabilidad. ¡Vivamos vigilantes!, pues. ¡Hagamos un discernimiento de los signos que vemos a nuestro alrededor y en nuestra vida para darnos cuenta de en qué forma Jesús llama a nuestra puerta y mediante  qué acontecimientos nos visita con su gracia liberándonos del pecado!

Es cierto que vino en la carne, es cierto que vendrá en su gloria, y no lo es menos que sin que lo veamos, en ni carne ni en gloria, viene a nosotros todos los días en cada hombre y en cada acontecimiento.

La palabra de Jesús sobre el fin del mundo no está puesta hoy para que tengamos miedo, incertidumbre o desesperanza: el que vendrá ya sabemos quién es: es el que ha dado la vida por nosotros, es el que permanece ya entre nosotros misteriosamente en virtud de que se ha ofrecido por nosotros. El que viene es el que subió a la cruz por nuestra salvación, el que tenemos presente en la Eucaristía. El que día a día con su visita nos trae de nuevo su ofrenda por nosotros y así nos perfecciona y nos va consagrando.

Se puede decir que vivimos ya en los últimos tiempos, porque desde hacer dos mil años le tenemos continuamente presente y actuante entre nosotros. Por eso quizá Él dijo: “Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla”.

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