Cartas del diablo a su sobrino



C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino (Rialp 2010, 15ª edición) 140 pp.

C. S. Lewis (1989–1963) regresó al seno del cristianismo anglicano en 1931 después de una juventud alejado de él. De aquel hecho dirá: “Entré al cristianismo pateando y gritando”. Creador de mundos imaginarios como el de Las crónicas de Narnia, fue amigo del católico Tolkien, autor a su vez de El Señor de los Anillos. Lewis se convirtió en uno de los apologistas cristianos más importantes de la primera mitad de siglo XX. Su obra culmen en este campo es Mero cristianismo (1952, publicada por Rialp en español).

En Cartas del diablo a su sobrino con belleza literaria y penetración psicológica, no exenta de fina ironía, C. S. Lewis nos presenta la correspondencia de un experto diablo a su sobrino, tentador nobel. Las Cartas aparecieron en plena II guerra mundial en un periódico inglés. Desde su propia experiencia personal el literato, profesor de literatura en Oxford y Cambridge, desenmascara algunas de los verdaderos vicios y sinuosidades del espíritu frente a otras más inmediatas, como la guerra, el sufrimiento o, incluso, los pecados capitales que pueden ser ambiguos para el éxito de la misión tentadora. De este modo arroja luz sobre el proyecto de Dios en el hombre, insufrible para los diablos: que un animal pueda gozar la vida de Dios.
Este libro contiene textos magistrales sobre las verdaderas virtudes cristianas, escritos además con genialidad de estilo. Puede ser una buena opción de lecturas para el puente de la Inmaculada o las vacaciones de Navidad.

“Al sujeto –afirma el diablo a su sobrino– debes ocultarle el verdadera fin de la humildad. Hazle pensar en ella no como en el olvido de sí mismo, sino como en una cierta forma de opinión (a sacer, una opinión desfavorable) sobre sus propios talentos y carácter… Por este método se ha logrado que miles de humanos piensen que la humildad consiste en que las mujeres bonitas crean que son feas y los hombres inteligentes crean que son tontos. Como es posible que en algunos casos lo que intentan creer sea una solemne tontería, entonces admitirlo les resulta inconcebible y nosotros conseguimos que sus mentes giren sin cesar sobre sí mismos en un empeño vano”.

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