Creer en el que sigue presente entre nosotros: Jesús.



En el fondo nosotros tenemos la tentación de pensar que tendríamos más fe si hubiésemos visto a Jesús en la carne. Que, si hubiésemos vivido en el siglo I d. C. y recorrido con el grupo de discípulos la Galilea, no habríamos caído en el error de los paisanos de Jesús. Excusamos así nuestras dificultades e, incluso, nuestras dudas. Pero en el fondo no es así.

Minusvaloramos con ello su verdadera presencia entre nosotros ahora en su PALABRA, en los SACRAMENTOS, en la vida de la COMUNIDAD (de la Iglesia). Jesús es todavía contemporáneo nuestro, por eso podemos creer. Todo lo que Jesús tenía que decir al público lo ha dicho, está en los evangelios y se hace actual en la fe que creemos. Todo lo que nos tiene que decir a cada uno individualmente lo transmite en la oración, a condición de que esta no sea una rutina, sino un verdadero diálogo con quién sabemos nos ama. Todo lo que tenía que hacer Jesús por nosotros, para el perdón de nuestros pecados, ya lo ha hecho: morir en la cruz y resucitar. Y si tenemos fe comprenderemos que todo esto es actual y se realiza de veras en la Eucaristía y se recibe cuando comulgamos o nos acercamos a los otros sacramentos.

Los hombres de entonces no lo tuvieron más fácil de nosotros. Ellos veían a un hombre al que conocían, a un paisano cuya familia convivía con ellos: aquél al que tenían por el hijo del carpintero. Para acceder a su gloria de Dios encarnado tuvieron –igual que nosotros– que dar fe a su palabra en libertad.


El hombre está hecho para creer, para confiar en Dios, y toda la batalla de nuestra vida se juega en este esfuerzo. Nadie cree por nadie, en la fe no nos valen sustituciones ni tampoco excusas. Aunque a veces, muchas veces, ante los hechos, las experiencias, las palabras que sabemos certeras damos una y otra vez la vuelta, nos enrocamos, respondemos con la dialéctica de la pregunta, del “pero” y del “y si”… La fe es la tarea personal de cada uno ante la que somos responsables absolutamente: abrir el corazón a Cristo, de par en par, dejarse llevar por Él, seguirle por el camino en que Él nos meta, gracias y, también, a pesar de todo.

¡Qué ejemplo nos dan los profetas, los apóstoles, el mismo san Pablo! Fueron enviados a unos hombres no menos testarudos que nosotros. Pasaron por la tentación de sentirse solos ante la sordera del mundo, experimentaron su propia debilidad y pecado… pero como verdaderos seguidores pusieron sus ojos sólo en el Señor y esperaron en Él, en su misericordia.

Buen día hoy para pedir saber reconocer al Jesús como Dios y como hombre sin prejuicios, para aceptar su palabra: tener fe y no detenernos en miedos, dudas, pegas… ni en nuestros propios pecados y limitaciones. Buen día para pedir creer en el que sigue presente entre nosotros.

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