San Juan Bautista.
“Te verán los reyes, y
se alzarán;
los príncipes, y se postrarán;
porque el Señor es fiel,
porque el
Santo de Israel te ha elegido” (Is. 49, 7b).
Hoy celebramos la fiesta de nuestro patrón, San Juan
Bautista. Junto con María, la Virgen Madre de Dios, es del único santo que
celebramos su natividad.
De San Juan se celebra, como es costumbre, también su
tránsito al Señor: el martirio del Bautista el día 29 de agosto. Éste tuvo
lugar porque el santo profeta recriminaba a Herodes vivir en pecado con la
mujer de su hermano Filipo. Ya sabemos la historia, en una fiesta Herodes
perdió la cabeza y por la danza de Salomé, hija de su pareja, hizo decapitar a
San Juan.
San Juan Bautista tiene una importancia grande para los
cristianos, aunque la Iglesia antigua lo tenía más en cuenta. Él es el último
de los profetas del Antiguo Testamento, el que estaba prometido que vendría
para preparar el camino al Señor invitando al pueblo a la conversión. Muerto
antes de Jesús, incluso, tuvo su misma función que en la tierra allá en el seno
de los justos: anunciar la llegada de Jesús para redimir a los muertos fieles a
Dios.
En nuestra localidad San Juan debe ser venerado con especial
devoción desde el medievo. Estas eran tierras que habían sido encomendadas a la
“Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén”, una orden militar que en el
periodo de cruzadas regentaba en Jerusalén un hospicio para peregrinos.
Actualmente esta congregación cristiana es conocida como la “Orden de Malta”.
El castillo de Arganda fue encomendado en los caballeros de
san Juan, que posiblemente fundaron allí la primera parroquia argandeña. El caso
es que tenemos constancia de que en 1460 ya existía la parroquia de San Juan
Bautista. San Juan es, por lo tanto, desde antiguo el patrón de nuestra
localidad.
¿Qué mensaje nos trae este santo que celebramos hoy?
Si nos centramos en la celebración litúrgica, en los textos
de la Sagrada Escritura que se proclaman hoy
en la misa y a la vez miramos a nuestro alrededor podemos decir que un
punto central en la espiritualidad sanjuanista es ser precursores de Cristo.
Cuando tantos hermanos nuestros tienen ideas tan dispares e inadecuadas de
Jesús, cuando tantos se declaran creyentes pero no practicantes, incluso
indiferentes a la fe y a la existencia de Dios… San Juan nos invita a acercar
la figura de Jesús a los hombres. Partiendo de sus situaciones reales, de sus
aciertos y errores, debemos anunciar que el Salvador está presente, es
accesible también hoy a los hombres de este mundo y que nos reclama cambiar de
vida.
San Juan Bautista, con su austeridad, claridad de palabra,
radicalidad ya evangélica… puede ser un reclamo para todos aquellos que se den
cuenta de que la vida humana ha perdido su centro y su motor lejos de
Jesucristo.
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San Juan Bautista: LA VOZ DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO
Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El
futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la
Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en
resumen, lo que intentaremos penetrar y analizar; y, si el poco tiempo y las
pocas facultades de que disponemos no nos permiten llegar hasta las
profundidades de este misterio tan grande, mejor os adoctrinará aquel que habla
en vuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es el objeto de
vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis recibido en vuestro corazón y
del cual habéis sido hechos templo.
Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el
antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los
profetas llegan hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo
antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres
ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su
madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las
entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer;
queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas
pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana
pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de
su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su
significado.
Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del
Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la
predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo
latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían
estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan
se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo
al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de
Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido
aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al
Señor, le dijeron: Dinos quién eres. Y él respondió: Yo soy la voz del que
clama en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía
ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra
eterna desde el principio.
De los Sermones de san Agustín, obispo (Sermón 293, 1-3: PL 38,
1327-1328)